Stéphanie Alenda es académica de la UNAB y ha estudiado a fondo el tema de la derecha en Chile. “Lo que observamos —y podemos lamentar— es la radicalización del discurso en el contexto de una campaña electoral donde los actores más moderados son arrastrados por los sectores más duros”, dice.
-Según analistas tres candidatos de derecha podrían disputar el segundo y tercer lugar. ¿Esto puede alimentar las tendencias autodestructivas del sector?
-Con varios candidatos disputando el mismo espacio, el riesgo es que ninguno logre imponerse con fuerza o llegar sólido a una segunda vuelta. La ausencia de un liderazgo unificador, como el que alguna vez representó Sebastián Piñera, deja a la derecha atrapada en una dinámica autodestructiva. Si se confirma el empate técnico entre los tres candidatos, el resultado será un liderazgo debilitado de quien pase a segunda vuelta.
-Un video de Matthei ha causado molestia en el Partido Republicano. ¿Es un síntoma de diferencias más profundas?
-Más que una disputa ideológica, esta elección parece reflejar que el motor del voto ya no pasa por grandes proyectos de país, sino por temas coyunturales que interpelan directamente a la mayoría de los chilenos —ese 60 % que, según las encuestas, se inclina hacia la derecha—: la inseguridad, la reactivación económica y el control de la migración.
Hoy la consigna no es tanto ganar una guerra ideológica, sino resolver los múltiples problemas del país. En este nuevo escenario, el discurso de la crisis se convierte en el eje articulador de las propuestas. Pero no solo opera como descripción: también actúa como recurso estratégico, al construir antagonismos y legitimar soluciones excepcionales frente a una ciudadanía cansada e impaciente. En síntesis, ese es el espíritu de esta elección: una contienda menos ideológica y más emocional, donde la promesa de orden y eficacia pesa más que las grandes narrativas políticas.
-¿La irrupción de Kaiser puede afectar a Kast?
-Los liderazgos de José Antonio Kast y Johannes Kaiser no son equivalentes ni intercambiables. Kast encarna un liderazgo institucional, conservador y partidista; Kaiser, en cambio, representa un liderazgo disruptivo, digital y libertario. Ambos se nutren del mismo malestar social, pero lo traducen en registros políticos distintos, lo que explica tanto su coexistencia como la competencia que fragmenta a la derecha.
-¿Es posible un gobierno de estas tres derechas?
-El escenario se proyecta incierto y condicionado por los resultados de la primera vuelta, tanto en la elección presidencial como en la parlamentaria. Johannes Kaiser, con quien el Partido Republicano ya mantiene un pacto legislativo orientado a articular una nueva mayoría, ha señalado que no negociará ninguno de sus principios.
Si la distancia entre los candidatos resulta estrecha, o si Kaiser llegara incluso a superar a Evelyn Matthei, podría endurecer su posición frente al eventual ganador de la derecha, lo que anticipa una posible radicalización del discurso —y, eventualmente, del programa de gobierno. Este escenario complicaría la relación con Chile Vamos, tensionando aún más los esfuerzos por construir una coalición unificada.
-La derecha tiene la posibilidad de lograr una mayoría histórica en las parlamentarias, pero ¿puede diluirse si no hay un fuerte ánimo de alianza?
-El escenario sigue siendo altamente incierto. Si José Antonio Kast llegara a imponerse en la segunda vuelta, todo dependerá del tipo de gobierno que conducirá y de su capacidad para administrar esa heterogeneidad. Como falla estructural, lo que ha quedado en evidencia es la falta de unidad estratégica en la derecha, producto de la voluntad de los sectores más radicales de disputar la hegemonía a Chile Vamos y redefinir los equilibrios de poder dentro del bloque.
-¿Cómo evalúas la estrategia de Matthei?
-Creo que lo que más ha erosionado su apoyo son los tropiezos acumulados durante la campaña: desde errores comunicacionales hasta cambios reiterados en el equipo, decisiones que pusieron en duda la coherencia del diseño estratégico y terminaron por desgastar a la candidata, afectando su imagen de gobernabilidad y moderación. Además, el intento por ajustar la estrategia a medida que caían las encuestas dio señales de improvisación.
Su diferenciación frente a los contendores de derecha más radical también resultó inconsistente. Perdió la oportunidad de consolidar un proyecto de centroderecha sólido, capaz de reivindicar con firmeza —y sin vacilaciones— la herencia del piñerismo, tanto en su orientación ideológica como en su experiencia de gestión. En lugar de eso, transmitió una sensación de desajuste entre el tono moderado que intentaba proyectar y algunas declaraciones más cercanas a la derecha dura. Es una candidata atrapada entre dos fuegos, lo que puede confundir a los electores.
-Kast lleva mucho tiempo de favorito, ¿eso lo ha desgastado?
-Efectivamente, distintos factores contribuyeron a su desgaste político. Por un lado, los cuestionamientos a su programa y al manejo de cifras; por otro, el deterioro reputacional derivado de la supuesta red de bots vinculada a su entorno o a sus apoyos, que generó dudas éticas y críticas por falta de transparencia y manipulación de la opinión pública.
Cuando el debate público se traslada al terreno de “quién usa bots” o “quién hace campaña sucia”, la discusión se desvía de los temas de fondo —el programa, las propuestas, la gobernabilidad— hacia aspectos puramente tácticos. Y justamente eso es lo que menos tolera una ciudadanía cada vez más desconfiada del sistema político y de sus élites.
-En el debate de Archi los tres candidatos de derecha se enfrascaron en polémicas sobre el golpe de 1973 y los DDHH. ¿Hay temas sin resolver?
-Varias declaraciones recientes evidencian una preocupante regresión en el tratamiento de los temas de memoria y justicia, que supone un retroceso en los acuerdos civilizatorios alcanzados en democracia. Esa tendencia ha sido llevada al extremo por Johannes Kaiser, con su frase de “cerrar el capítulo entre 1973 y 1990”. Estamos muy lejos del tono que marcó el primer gobierno de Sebastián Piñera. Lo que observamos —y podemos lamentar— es la radicalización del discurso en el contexto de una campaña electoral donde los actores más moderados son arrastrados por los sectores más duros.
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